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En 1898 el Hotel Edén de La Falda recibía a sus primeros huéspedes

EFEMÉRIDES – POR JORGE ALACEVICH

El 26 de diciembre de 1898 el Hotel Edén de La Falda, en el Valle de Punilla, recibía el primer contingente de huéspedes que quedaron registrados en el álbum de pasajeros.


El establecimiento, de alta categoría, cerró sus puertas en 1965. En 1988 fue declarado Monumento Histórico Municipal y un año más tarde de Interés provincial. Su creación dio origen a la ciudad de La Falda.


En él se alojaron importantes personalidades de la Argentina y extranjeros entre las cuales se mencionan a los presidentes Julio Argentino Roca, José Figueroa Alcorta, Agustín P. Justo y Roberto Marcelino Ortiz. También artistas como Rubén Darío, Arturo Toscanini, Berta Singerman y miembros de la nobleza europea de visita en la Argentina como Eduardo de Windsor, entonces Príncipe de Gales, y Humberto II de Italia, Duque de Saboya y heredero al trono de Italia.
También visitaron el hotel, aunque no se alojaron en él, Nikola Tesla y Ernesto Che Guevara.


El hotel fue construido como un lugar de descanso para familias adineradas de la Argentina y de Europa. El clima de las sierras se consideraba saludable para los enfermos de tuberculosis y un atractivo para los viajeros del hemisferio Norte que quisieran escapar a los rigores del invierno boreal.


En 1898, una vez finalizada la obra original, contaba con dos plantas, salones amplios, 100 habitaciones y solo 4 baños por planta.
Las remodelaciones de años posteriores llevaron a que el establecimiento contara con 38 baños, un salón comedor para 250 personas y un comedor auxiliar para niños y personal doméstico, un salón para fiestas, sala de lectura, dos jardines de invierno, bar, galería cubierta y dos balcones desde los que se apreciaba el parque donde se exhibe una fuente de mármol con una estatua de león a cada lado y los miles de árboles traídos desde Europa, al igual que su mobiliario, vajilla, cristalería, platería, estatuas, alfombras, pianos y pinturas los cuales respondían a los cánones del art nouveau.


También poseía caballerizas que aprovisionaban los animales para las cabalgatas y cacerías, entre ellas la del zorro, al estilo británico. En sus terrenos se emplazaba un campo de golf de 18 hoyos, una pileta de natación con aguas renovadas por una vertiente, canchas de tenis y hasta una dependencia bancaria.
Era autónomo, al modo de las estancias argentinas. Contaba con usina eléctrica propia, calefacción central, talleres, quinta y corrales para el abastecimiento y procesado de todos los alimentos que se consumían.
Se caracterizaba por sus grandes bailes donde se vestía de rigurosa etiqueta durante todas las noches de la temporada. En las cenas se bebía vino del Rin y agua de manantial.

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