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Graziela Acuña
Hoy celebra sus 100 años: “no me
siento vieja”, dice con felicidad

Graziela Acuña, vecina del barrio que lleva su apellido, festejará hoy sus 100 años de vida.
Ella nació en Río Tercero y es pariente de la familia fundadora de la ciudad: su abuelo Tristán Acuña era hermano del Fundador, Modesto Acuña. SIGUE ABAJO

Graziela es una mujer activa, conversadora y feliz. Conoce la ciudad desde que eran algunas pocas casas y desde que la gente caminaba por sus pocas y anchas calles en las que apenas si transitaba algún vehículo. SIGUE ABAJO

“Lo que añoro es la vuelta al perro que comenzaba en la vieja estación del tren (en el Cruce Malvinas Argentinas), íbamos por San Martín, doblábamos en Libertad, luego en Bartolomé Mitre y volvíamos por Acuña”, describió en diálogo con Diario Río Tercero. SIGUE ABAJO

“Si no hubiera sido por la Fábrica (Militar), Río Tercero hubiera sido una ciudad chica”, asegura, viendo en perspectiva y con claridad los hechos que marcaron el destino de esta ciudad: el ferrocarril y la Fábrica Militar, en la que trabajó su papá y también su esposo.
“La estación era muy linda y se llenaba de gente”, cuenta, lamentando que décadas después se la hubiera demolido para prolongar la Av. San Martín. SIGUE ABAJO

Recuerda la fiesta que era la estación del ferrocarril cuando llegaba el tren con pasajeros de todos lados, algunos que se quedaban aquí y otros que partían.
-¿Iban a la estación a ver los muchachos que llegaban?
-Sí, sí, claro que íbamos a verlos -cuenta soltando una sonrisa un entre atrevida y avergonzada. SIGUE ABAJO

Pero lo que más recuerda Graziela es cuando de jovencita pasaba caminando por General Paz y Acuña (ahora Intendente Magnasco) donde en la ventana de una pensión se asomaba un muchacho rubio y de ojos celestes con el que intercambiaba miradas.
Era Mateo Abrate, nacido en Luque, que luego vivió en Matorrales y llegó a Río Tercero para trabajar en la Fábrica Militar, como también lo hicieron muchos otros en las décadas del 30 y del 40. SIGUE ABAJO

Graziela y Mateo tuvieron dos hijas, Violeta y Perla, que le dieron 5 nietos y 8 bisnietos.
Ella estudió en la Escuela 196, hoy Gregoria Ignacia Pérez, de barrio Acuña y los últimos grados los hizo en la escuela Modesto Acuña. Durante pocos años trabajó en un comercio de la ciudad y luego se dedicó a las tareas domésticas, como lo hace en la actualidad y se jubiló años atrás como ama de casa. SIGUE ABAJO

Todos los días se levanta entre las 9.30 y las 10 y se prepara el desayuno. Al mediodía la comida la pide por teléfono, aunque si tiene que cocinar, lo hace. “Hago algunas tortas”, dice demostrando que mantiene algunas habilidades. También borda y teje y muestra una carpeta que tejió que cubre su mesa.
-¿Dormís siesta?
-¡Uffff!, los otros días me levanté cerca de las siete de la tarde -dice riendo, aunque habitualmente se levanta a las 6 de la tarde. SIGUE ABAJO

Graziela se acuesta a las 2 y lee aproximadamente hasta las cuatro. Luego duerme. A la noche cena liviano, y se va a la cama temprano, aunque se queda leyendo, algunas veces, hasta las dos de la madrugada.
Como se nota, a ella le gusta leer novelas y sus hijas le compran libros de autores reconocidos para que se entretenga. “En la pandemia, me leí unas 150 novelas”, dice sin exagerar y siempre sonriendo. SIGUE ABAJO

A Graziela la acompañan dos señoras, una durante la noche y otra durante algunos momentos de día, aunque sola se maneja muy bien.
Al médico va de vez en cuando y ahora con más frecuencia al oculista porque tiene problemas de sequedad ocular. También tiene alguna dificultad para escuchar, nada complicado porque el diálogo con este Diario se desarrolló de un modo natural. Lo que ella comenta es que le cuesta entender lo que se dice en la televisión. SIGUE ABAJO

“Los médicos me dicen que estoy bien. Yo sé que estoy vieja, pero no me siento vieja”, dice esta maravillosa mujer que ama a su familia y vive feliz.

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