De Campo Mostrenco a Mamita Puebla, un campo de posibilidades para el arte y la cultura
Por Mario Trecek
Giovanni Bocaccio escribió “El Decamerón”, novela que describe una situación parecida a la nuestra, tiempo de pandemia, peste bubónica o negra.
Cuenta la historia de diez jóvenes florentinos, siete mujeres y tres varones, que huyendo de la peste de 1348 deciden refugiarse en una villa en el campo. Durante catorce días, para pasar el rato durante las calurosas horas de sobremesa, deciden contarse diariamente, salvo sábado y domingo, cuentos por turno. Esta peste como la que padecemos hoy con el coronavirus produjo millones de muertos.
En “La Peste” de Albert Camus, las ratas serían símbolo de enfermedad moral de una sociedad decadente, la colonial Francia y Marruecos. La de hoy, el murciélago, sería ícono de la etapa neoliberal. Antes los tártaros, los bárbaros, hoy los chinos.
En el Decamerón, podemos divertirnos, en plena pandemia, como hoy, y extraer una lección: El dios que rige el mundo es Eros, el del amor, la pasión por el otro, por los otros.
El distanciamiento social, la burbuja sanitaria, no más de 10 miembros, se parece al texto de Bocaccio, y por protocolo, con alcohol en gel, tapabocas y medidas profilácticas diversas.
Pero es tal la pasión gregaria la nuestra, que cual pulsión erótica, nos amuchamos, nos olemos, nos buscamos, nos prodigamos no solo entretenimiento, sino arte y cultura, como un modo de responder a los interrogantes, que esta vida de cuarentena nos impuso.
Salimos de la ciudad, para reencontrarnos porque algunos crearon espacios alternativos de música, arte, poesía en medio del campo, del monte. Lugares que solo con GPS, con Google met, o señales de humo se puede llegar. Pero llegamos.
Volver a la naturaleza, donde nunca debimos haber emigrado, porque es allí donde nos permite no solo reencontrarnos con los pájaros, con el agua, con el árbol, sino con nosotros mismos. Así han surgido espacios como “Campo Mostrenco” en El Quebracho, proyecto de Nuria Peirone y Ariel Liendo, poeta y profe, que no saben de cuentas, pero sí de lo dañino que puede ser el capitalismo, y su capital es jugar con las palabras, roturar con su viejo tractor Fiat naranja, el terreno de las ilusiones, y generar un espacio, donde ya pasó Pachi Herrera, con su Pachamama, Calle Vapor, que parafraseando a su último disco “Árbol de la esperanza, mantente firme”, en este caso una gran morera en El Quebracho, que hace de techo del escenario y sostén de “las lucecitas montadas para escena”.
La pionera fue Carolina Gómez y su esposo, que llevan adelante su proyecto Mamita Puebla: “Quiero contarles sobre estos lugares de encuentros culturales que se van gestando desde la tierra, el monte y el campo. Lugares plagados de amor y laburo que se abren para dar oportunidades a la cultura a las vivencias y para acercar a tanta gente a lo verde y vivo. Somos un grupo de soñadores que nos las jugamos por convicción, placer y disfrute personal y ajeno. Permítanme compañeros Nina Perrone, Ariel Liendo compartir estas palabras y este hilo invisible que nos une entre churquis y maizales” posteó.
En diciembre se inauguró Finca La Rosita, en Tercera Usina AgroyArte Km 711 de la ruta 36 o por la ruta 5 apenas se pasa el puente de la autovía Almafuerte, Embalse. Tienen una sala auspiciada por Instituto Nacional del Teatro, donde se estrenó “Siendo Mujeres” con la participación de Maru Chamella, Euge Gianfelici, Aylén Arias y Nina Perrone. Espectáculos musicales, circenses etc.
O lo que sucede en casa Aurelia en Amboy donde recientemente cantó Guillermo Vigliecca, y le acompañó Kako Prettini en poesía, justo el día de la muerte de Menem, y cantó “Aún tengo la vida” que grabó este año por gestión, entre otros, de Javier Brutti con destacados artistas nacionales. Sin rencor, amablemente, pero sin ambages, explicó por qué los riotercerenses no estábamos de duelo, que el duelo es permanente por nuestros muertos del aciago 3 de noviembre.
Está el Patio del músico Leo Acuña en Villa Del Dique, y más cerca, en Los Potreros, tenemos un espacio llamado San José, también un proyecto familiar. Allí la poeta Susana Di Marco, con su esposo, promueven conexión ecuestre, equinoterapia, cabalgatas recreativas, una granja. Los sábados merienda campesina, que es un espacio de visitas para recorrer la granja, dulce de leche de las cabras del mismo lugar. Hoy avanza la experiencia de La Escuela Bosque, como promover la cultura de respeto a la naturaleza, y se sumó el Teatro Ciego de Buenos Aires, como proyecto en desarrollo.
Cada uno de estos espacios abiertos, en todos los sentidos, a cielo estrellado, tienen un perfil propio, autogestionado, como emprendimiento familiar y una posibilidad de trabajo para los artistas. Después de tanto Zoom, Stream yard, streaming, Google meet entre otros modos virtuales, se vino paulatinamente el de acercarnos, la proximidad.
En los cien cuentos del Decamerón comienza con relatos un tanto tristes, por las muertes provocadas por la pandemia en Florencia, pero conforme pasaron los días, y se olvidaban un tanto del padecimiento en la urbe, en el campo rodeados de naturaleza, recuperaban la alegría- La felicidad toma escena en los cuentos de cada uno dando un brillo único. Ya en su última jornada, las historias hablan de cómo cada persona puede convertir una situación que se ve tan mal en algo más puro, habla sobre la transformación de lo simple a lo maravilloso.
Es maravilloso el modo desafiante, inconsciente a veces, pero sobre todo de la necesidad tribal, de la creatividad puesta sobre la mesa, humeante como mate cocido, mermelada de higo y pan casero, recién salido del horno.