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Privilegio

Por el abogado Rodolfo Lemos Angulo

Solemos decir que si la ley es pareja para todos, a nadie incomoda. Sin dudas, la frase es apenas una generalidad que debe ser refinada y precisada, porque nada hay más injusto que aplicar las mismas reglas a casos claramente diferentes.
Pero la idea de que “ley pareja a nadie incomoda” se relaciona a conquistas tales como la igualdad de todos ante la ley. Esa igualdad de todos ante la ley tiene un piso y un techo: el piso se relaciona con la abolición de la esclavitud y condiciones análogas de reducción a servidumbre. Decimos que todo ser humano, por el hecho mismo de serlo, tiene un mínimo de derechos que no le pueden ser sustraídos. El techo se relaciona con la abolición de los títulos de nobleza y condiciones análogas. Ejemplo: No podemos admitir que vivan entre nosotros personas adultas que no deban responder ante la justicia penal, si cometen crímenes (con discernimiento, intención y libertad). Y a mi juicio, la llamada “prisión domiciliaria” es apenas un eufemismo detrás del cual se esconden situaciones de impunidad. Porque la conquista de la igualdad de todos los seres humanos ante la ley, es un logro social bastante reciente.
Pero continuamente debemos luchar para que el piso y el techo no sean perforados: debemos estar muy atentos para que a nadie se le conculquen sus derechos más elementales (piso) y debemos vigilar para que no vivan entre nosotros personas que no respeten la ley por situaciones de falsa superioridad.
Ahora bien: la palabra “privilegio” proviene de “ley privada”. Privilegio describe situaciones en las cuales existe una ley que se aplica para todos (ley pública o simplemente ley), pero convive con otra ley “privada” que se aplica sólo a algunos. En alguna corte, como premio a servicios prestados por un noble a su rey, el rey lo autorizaba a permanecer sentado o con el sombrero puesto, en presencia del propio monarca. A este permiso, que normalmente el agraciado lo ostentaba en público, se le llamaba “privilegio” o ley privada.
Antes de nuestra constitución de 1853, ya en la Asamblea de 1813, se derogan todos los “privilegios” provenientes de títulos de nobleza, casi siempre hereditarios. La aspiración de todos por una sociedad más justa, se relaciona con la idea de que no existan diferencias odiosas, no basadas en motivos racionales. No queremos diferencias caprichosas o arbitrarias. Por desgracia, el capitalismo como sistema lleva en sus genes la diferencia de oportunidades sociales, educativas y de salud, que tendrá quien nace con dinero versus quien nace pobre. Pero creo que igual de odiosa resulta la situación de privilegios para los jerarcas de un régimen de gobierno, como ocurrió con los soviets rusos y sus familiares y allegados (o los zares y sus familiares y allegados).
Menem murió y me queda la sensación de que los privilegiados con causas penales, si no resultan absueltos (porque las pruebas de su culpabilidad son demasiado contundentes), terminan con sus causas “cajoneadas” por décadas. O terminan con condenas a “prisión domiciliaria”. Se parece demasiado a la irresponsabilidad penal de la que gozaban los antiguos reyes y nobles. Y cuando todos corren peligro de vida por una peste nueva y desconocida (y el miedo a la muerte se descontrola) las pocas y primeras vacunas serán para esta nobleza nueva, cada vez menos escondida, cada vez más visible, descarada y cínica. Porque el cínico no se conforma con hacer el mal, no le basta con tener sus privilegios, sino que los ostenta, y a propósito mantiene bien visible su sombrero puesto en presencia de todos.

Rodolfo Lemos Angulo

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